La historia que Verbitsky quiere distorsionar

AQUEL MARZO DE  1977 Y SU VIGENCIA EN ESTE
PRESENTE DEL SAQUEO Y  LA  MENTIRA

Rodolfo Walsh
 El año 77 fue uno de los más terribles de mi vida. El dos de enero se murió mi madre, Carmen, en esa España que había añorado durante todo su exilio. Estaba nuevamente desterrada: si regresaba a Buenos Aires con mi padre (Ernesto Bonasso) iban a ser un faro para las fuerzas represivas que me buscaban. Para protegerme murió en Madrid, “como del rayo”, derribada a los 63 años por un derrame cerebral masivo. Mi padre quedo alelado y solo.

Para Reyes sacaron a mi mejor amigo, Dardo Cabo, de la cárcel de La Plata y lo fusilaron junto con el compañero Luis Pirles, simulando un intento de fuga.

El 13 de enero, mi jefe en la Secretaría de Relaciones Exteriores de la Orga, Martin Gras “Chacho” fue secuestrado –como supimos bastante después-,  por el Grupo de Tareas 3-3/2 de la ESMA. Cubrí mi cita fija con él unas ocho veces y no me cantó. Decirlo es de estricta justicia.

Yo tenía a mi vez dos compañeros a mis órdenes, Carlos Suárez y Analía Payró, a los que autoricé por mi cuenta y riesgo a dejar el país, porque no tenía como guardarlos y mantenerlos.

La Organización Montoneros se desplomaba a ojos vistas y cada día entrañaba alguna noticia trágica.
Con la caída de Chacho quedé desenganchado de la Orga, lo que significaba falta total de recursos y el peligro cierto de caer en una cita envenenada al tratar de reengancharme.

Por suerte logré tomar contacto con Susana Sáenz, una compañera valiente y piadosa, que me contuvo y luego me reenganchó.

Recuerdo esa mañana de marzo, mientras hablábamos en la plaza de Pueyrredón y Las Heras, en que me dijo, con tierna severidad:

__Estás regalado, Cogote, te van a matar. Si seguís así como un zombi no te doy ni un mes de vida.
Fue un sacudón, un chorro de agua en la cara, que me hizo reaccionar frente a los ácidos de la depresión y el fatalismo que me estaban corroyendo.

__Te suplico que no te hagas matar, que pienses en Silvia y los chicos. __ Remató.

Poco después cayó a nuestro habitual encuentro con una buena noticia: tenía una cita para mí con el sucesor de Chacho en la Secretaría, el “Oveja” Carlos Alberto Valladares. El Partido me estaba buscando.

El Oveja, seguramente bautizado así por su pelo enrulado y su aspecto pacífico era un tucumano delicado y atento, aunque enérgico y ejecutivo. A finales de ese maldito 1977, Valladares –que era gran amigo del pianista Miguel Ángel Estrella- cayó en una enorme cacería de compañeros, donde fue apresado entre otros Jaime Dri. Cercado en el aeropuerto de Carrasco por las Fuerzas Conjuntas, se suicidó tomándose la pastilla de cianuro.

En la cita me anunció que yo debía viajar en pocos días a Europa para participar en el lanzamiento del Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero, algo que ya me había anticipado Chacho antes de caer en manos de la Marina.

Le dije que viajaría siempre y cuando pudiera hacerlo con mi mujer y mis dos hijos, porque lo contrario podía suponer que cayeran en manos del enemigo. Estuvo de acuerdo con esta condición, hicimos un presupuesto y quedamos en una nueva cita donde me entregaría el dinero y las citas que debía cubrir en Europa.

Mientras tanto debía verme con compañeros de Documentación para que me hicieran cuatro pasaportes y cuatro DNIs y me preparasen un equipaje especial con embute para llevarle informes a la Conducción Nacional y nuestros pasaportes y deneís verdaderos, para “legalizarnos” en Europa después del lanzamiento.

Categóricamente me ordenó que no me viera más con ninguna compañera ni compañero “por la horizontal”, como se solía decir en la jerga, porque las caídas seguían siendo torrenciales y había un riesgo muy grande de ser capturado por el enemigo.

Solamente dejó abierta una excepción: tratar de encontrar a Rodolfo Walsh para convocarlo, en nombre de la Conducción, a viajar a Roma, para que se sumara al lanzamiento del MPM. Me pareció una excelente propuesta: había que preservar a cuadros excepcionales como Walsh y además su presencia en Roma, jerarquizaría el lanzamiento. Le dije que tenía una posibilidad de hacerlo a través de Luis Guagnini, un compañero que era periodista y conocía muy bien a Rodolfo y a Horacio Verbitsky, que era su segundo y su amigo personal.

No le comenté al Oveja que con Verbitsky había estado a punto de agarrarme a trompadas en Lima por la forma pésima en que había manejado mi regreso clandestino al país y la desatención grosera de mi esposa y mis hijos. Pensé que ante el objetivo de sacar a Rodolfo del infierno se disolverían los enfrentamientos del pasado.

Busqué a Guagnini y le trasladé la propuesta del Oveja. Quedamos en que trataría de conseguir una cita con Rodolfo a través de Verbitsky e incluso, como alternativa, que podría armarse una cita preparatoria con el Perro antes del encuentro con Walsh. No me aseguró nada, pero se comprometió a pasar el mensaje. Pasaron varios días, estábamos a finales de marzo y como no tenía la respuesta, ni cita alguna con Walsh o Verbitsky, decidí buscar de urgencia a Guagnini a través de un amigo común, periodista (ex jefe de redacción de La Opinión), que no militaba, pero era de total confianza, Pepe Capdevila. 

La cita fue en Plaza Francia, en otro lugar predeterminado y en cuanto vi la cara sombría de Pepe supe que traía las peores noticias.

__Cayó Walsh.__Me largó de entrada.

Pepe estaba en El Cronista Comercial y era un tipo muy informado. No tenía detalles, pero estaba absolutamente seguro de que lo habían secuestrado.

Me imaginé a Rodolfo vivo en manos de esos monstruos y quise de todo corazón que se hubiera resistido a tiros o hubiera tomado la pastilla.

Poco después salimos con mi mujer y mis hijos clandestinamente de Buenos Aires. En Roma le informé detalladamente lo sucedido al Secretario General del MPM, Mario Eduardo Firmenich.
En medio de la excitación del reencuentro con compañeros que uno había dejado de ver por la famosa “compartimentación” o de los febriles preparativos del lanzamiento, reaparecía en mi conciencia la sombra de no haber podido llegar a Rodolfo. Sabía que había hecho todo cuanto era posible en las feroces condiciones de clandestinidad en que nos movíamos, pero sentía el fracaso de aquellas gestiones como la peor frustración de mi militancia.

A comienzos de los 80, cuando la compañera de Walsh, Lilia Ferreyra llegó al exilio mexicano hablamos muchísimo del tema y hasta le dimos forma periodística con una nota que le hice para la revista “Crítica Política”. Ya entonces me dijo que no me sintiera frustrado porque Rodolfo no quería irse del país.

A comienzos del 2000, invité a Lilia a dar una clase magistral en el curso sobre periodismo de investigación que yo dictaba en la Universidad de Quilmes y lo grabamos porque fue un relato excepcional de esos terribles y al mismo tiempo esperanzados y entrañables momentos que vivieron juntos antes de la caída de Rodolfo. Me contó de sus escritos sobre el río, sobre esa suerte de regreso uterino al Sur y también de la recopilación que estaba haciendo para escribir una suerte de Operación Masacre gigantesca.

Me dijo lo que en estos días he repetido hasta el cansancio: “No te preocupes porque no llegaste a Rodolfo, porque si hubieras llegado te hubiera dicho que no quería irse del país”.

No me dijo nada de ningún pasaje aéreo. Por el contrario, de su afirmación categórica se desprendía una certeza más que comprensible: para Walsh irse del país era como separarse de su hija Vicky que había muerto heroicamente en el combate de la calle Corro.

Solo un patán de los sentimientos, un robot del espionaje que subordina el fin a los medios, puede presentarlo como un viejo jubilado que llega a regar el jardín y a sonreírse irónicamente como diciendo: “No vinieron a la cita, se debe haber cagado el compañero que debía traerme el pasaje”.
Su intriga debe tener alguna finalidad. ¿Por qué la ejerce ahora, treinta y ocho años después de los hechos? Me lleva a pensar algo que entonces no atiné a pensar. ¿Actuó como portero de Walsh negándome el acceso a él?

Sea cual fuere la respuesta algo me queda claro al final de cuentas: al no pasarme una cita con Rodolfo, al no venir él mismo a una cita conmigo, es por acción u omisión responsable directo de su caída.

Vamos a probar lo que decimos en el terreno que sea. Esto es demasiado grave para que quede como un puterío más de las redes sociales. Los estúpidos que lo ven como una pelea con olor a naftalina entre antiguos compañeros no entienden las lecciones que encierra para el presente y el futuro de los argentinos.

El agente Horacio Verbitsky está estrechamente ligado a lo peor de este Modelo K: lo que se suele llamar “el relato”. Es decir, la mentira.

La mentira que cubre uno de los más siniestros saqueos de la historia argentina.

Miguel Bonasso

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