INFORME
ESPECIAL
A
40 años del genocidio argentino
La
provocación de Obama
Por
Miguel Bonasso
“Primero
vamos a matar a todos los subversivos; después a sus colaboradores; después a
los simpatizantes; después a los indiferentes y, por último, a los tímidos”
General de Brigada Ibérico Manuel
Saint-Jean Gobernador militar de la
provincia de Buenos Aires, durante la dictadura
Una verdadera provocación fue
transmutada por los medios argentinos en imagen poética convencional: dos
hombres solitarios arrojando sendas coronas de flores a las aguas terrosas del
río más ancho de la Tierra. Ocurrió el 24 de marzo pasado en el Parque de la
Memoria, de la ciudad de Buenos Aires, una construcción fría y muy poco
expresiva para recordar a los 30 mil desaparecidos que produjo la dictadura
militar más sangrienta de la historia argentina.
Mauricio Macri y Barack Obama: dos solitarios en el Parque de la Memoria |
Los dos
solitarios, en realidad, estaban custodiados por unos tres mil pretorianos de
civil que se mimetizaban en el paisaje ribereño y, obviamente, no salían en las
fotos. Su presencia al acecho y la ausencia total y ostensible de los
organismos defensores de los derechos humanos, pusieron de relieve que tanto el
presidente norteamericano Barack Obama, como el argentino Mauricio Macri
estaban severamente contraindicados para evocar lo que la CONADEP (Comisión
Nacional sobre Desaparición de Personas) calificó en el “Nunca más” como “la
más grande tragedia de nuestra historia y la más salvaje”.
Obama por ser el
funcionario principal de la potencia que prohijó el golpe de estado del 24 de
marzo de 1976 y Macri por pertenecer al grupo empresarial SOCMA, uno de los
setenta grandes holdings beneficiados
en 1982 por la dictadura militar con la nacionalizción de sus obligaciones, que
fueron transferidas al conjunto de la sociedad y desde entonces cuelgan con sus
delincuenciales intereses en la deuda externa argentina.
Nada de esto fue
recordado por los grandes medios, que rivalizaron en obsecuencia hacia Obama,
considerándolo no solo como un estadista realmente respetuoso de los derechos
humanos (a pesar de sus perfomances en Medio Oriente), sino incluso como un
excelente bailarín de tango. Por su parte Macri y su “encantadora esposa”
Juliana Awada, fueron presentados como una suerte de Keneddys contemporáneos
totalmente ajenos a oscuros empresarios de la noche mexicana, vinculados en
Cancún al proxenetismo y los Zetas, como es el caso del ex asesino de la Triple
A Raúl Martins y su socio Gabriel Conde en el burdel Mix Sky Lounge, visitado
hace cuatro años por el presidente argentino y su mujer.
El proxeneta Gabriel Conde, Mauricio Macri, Juliana Awada y la mujer de Conde en el prostíbulo Mix Sky Lounge de Cancún. |
Ni la prensa, ni
la dirigencia política, ni los “historiadores profesionales”, se animaron a
descifrar las claves decisivas que encierra el golpe de estado del 24 de marzo.
A lo sumo, algunos torpes propagandistas del revanchismo militar en auge con el
gobierno conservador de Macri, se pusieron a regatear la cifra de
desaparecidos, reduciendo el total de 30 mil a los 8.900 que admitió –ya en el
lejano 1984- la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas la famosa
CONADEP. Advirtiendo, por cierto, que se trataba de una cifra provisoria
pasible de aumentar conforme pasaran los años y se fuera diluyendo el terror de
la dictadura que en aquel entonces aún estaba intacto y onmnipresente. Sin
embargo, a casi cuatro décadas de aquella advertencia, algún exponente de la conejera
revanchista, como el ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Darío
Lopérfido, llegó a decir que el errror de los militares consistió en no haber
fusilado abiertamente a los militantes, en lugar de hacerlos desaparecer en la
noche y la niebla.
Lopérfido,
portador de un apellido premonitorio, demostró con su sincericidio que era
infinitamente menos astuto que el fallecido dictador militar Jorge Rafael
Videla, quien en una conferencia de prensa en la Casa Rosada, en diciembre de
1979, inundó de tinieblas el Salón Blanco con una definición que aún espanta:
“el desaparecido es una incógnita. Es un desaparecido. No tiene entidad. No está muerto ni vivo, está desaparecido”.
No hubo error
como se ve , ni exceso alguno. La
masacre había sido planificada al milímetro muchos meses antes de que los
tanques aplastaran el pavimento de Buenos Aires. Con el patrocinio de
Washington, por supuesto.
“¿A qué hora son las ejecuciones?”
Nada es más cierto que la sentencia “Dios ciega a los que quiere perder”. A las doce de la noche del 23 de marzo de 1976, prominentes dirigentes del sindicalismo peronista salieron de la casa de gobierno, para seguir deliberando en el ministerio de Trabajo. El metalúrgico Lorenzo Miguel sonrió, sobrador, a los periodistas que le preguntaron por la inminencia del golpe: “todo normal, no hay movimientos de tropas”. A su lado , Felipe Deolindo Bittel, gobernador del Chaco y uno de los principales dirigentes del Partido Justicialista, le aseguró sonriente a los cronistas: “Tranquilos, muchachos, que no hay golpe”.
Catorce minutos
más tarde, una María Estela Martínez de Perón, consumida por las presiones
militares y las diarreas cotidianas, ascendía a un helicóptero en la terraza de
la Rosada, acompañada por su secretario privado Julio González. A poco de haber
despegado, mientras volaban sobre el Bajo cercano al río, el piloto recibió un
mensaje en clave y pretextando un desperfecto en una de las turbinas descendió
en el área militar del Aeroparque Metropolitano. La viuda de Juan Domingo Perón
y su desconcertado secretario vieron entonces como efectivos de la Policía
Militar de la Fuerza Aérea rodeaban el aparato y se acercaban un general, un
brigadier y un contralmirante. El general José Rogelio Villareal –hombre de confianza
de Videla- desnudó el cambio de situación institucional con una simple información:
“Señora, está usted arrestada”. La mujercita frunció sus labios delgados y
temblorosos, pero no dijo nada. El secretario González, en cambio, observó la
selva de fusiles y formuló una pregunta antológica: “¿A qué hora son las
ejecuciones?”
Por debajo del
ridículo, ya resoplaba el terror: un grupo militar se presentó en el domicilio
del mayor Bernardo Alberte, que había sido uno de los delegados de Perón durante su largo exilio y derribó la puerta
de su departamento a culatazos.
__Alberte,
venimos a matarte.__Aulló el joven oficial a cargo del operativo, y tardó
segundos en cumplir su amenaza: apretaron al Mayor contra una de las ventanas y
lo arrojaron sl vacío desde seis pisos de altura.
Esa misma
madugada comenzó la cacería a nivel nacional. En Córdoba, en Rosario, en San
Nicolás, en Villa Constitución, en las zonas fabriles, el golpe desnudaba su
carácter de clase y desaparecía en masa a los delegados sindicales de base.
Aquellos a quienes Ricardo Balbín, jefe de la Unión Cívica Radical, (partido
que actualmente integra la coalición en el gobierno), llamaba con lenguaje de
represor “la guerrilla industrial”. Un 49 por ciento de los secuestrados eran
obreros (32 por ciento) y un 17 por ciento empleados.
Los trabajadores perdieron sus
derechos sindicales, mientras los partidos perdían sus derechos políticos y la
prensa enmudecía, cómplice o aterrada. Su silencio era indispensable para
consumar la “desaparición forzada de personas” y construir rapidamente el
Estado Clandestino.
Así como había
enemigos de clase había también enemigos generacionales: la edad de los
desaparecidos es elocuente: el 57 por ciento transitaba entre los 21 y los
treinta y cinco años. Toda una generación
de relevo (la más activa y pensante) eliminada de un sablazo.
Políticamente,
la Argentina repetía una maroma histórica que, en clave pacífica, y salvando
las gigantescas distancias, se ha dado también en la transición de Cristina
Fernández de Kirchner a Mauricio Macri: los desbordes y torpezas del
“justicialismo” (peronismo) para perpetuarse en el poder acaban reinstalando a
la derecha conservadora y revanchista que es la otra cara de la misma moneda.
Luego vuelve el “justicialismo” y todos contentos con un país que ni avanza ni
retrocede sino que se revuelca sobre sí mismo.
Así ocurrió en
setiembre de 1955, cuando un Perón políticamente decrépito, al que le faltaba
el vigor transformador de su mujer Evita, desplegó un absurdo culto de la
personalidad y una tolerancia cómplice con actos de corrupción y represión
perpetrados por los obsecuentes de siempre.
Así ocurrió en
el período de María Estela Martínez Cartas de Perón, cuando las escuadras
terroristas de la Triple A, conducidas por el Brujo José Lópz Rega, secretario
privado del líder justicialista y mentor de “Isabelita”, asesinaron a más de
trescientos militantes de la izquierda tradicional y la izquierda peronista.
Así ha vuelto a
ocurrir, en clave mucho más civilizada, con los desbordes personalistas de
Cristina y su manejo inescrupuloso de los bienes del Estado, que pavimentaron
el ascenso al poder de un personaje tan oscuro como Mauricio Macri, acusado en
su momento de contrabandista y patrocinador de espías por diversas instancias
judiciales, incluyendo la Corte Suprema. Como se ve peronistas y derechistas “liberales”
se necesitan recíprocamente para bailar el minué reiterativo de la decadencia.
La
teoría de los dos demonios
La
historiografía oficial argentina reitera desde hace cuarenta años una tesis
falsa, psicologista y maliciosa sobre las causas del golpe del 24 de marzo. Es
la teoría de los dos demonios, inventada por el escritor de medio tiempo Ernesto
Sábato, para regalarle un comodín a Raúl Alfonsín (o al mandatario de turno, ya
que durante sesenta años apoyó a todos los gobiernos en sus comienzos, incluído
el de Videla). Según esta propuesta el
demonio de ultraizquierda (la guerrilla) habría provocado con sus acciones “subversivas”
la reacción de la ultraderecha, que en vez de reprimir con el código en la mano
y a la luz del día, optó por masivas ejecuciones clandestinas, donde los
asesinados se convirtieron en “desaparecidos”.
La tesis,
nuevamente desplegada en artículos y libros, tiene ahora un objetivo político y
penal concreto: lograr que los ex guerrilleros sean también juzgados por sus
actos violentos, vayan presos y entonces –bajo el manto protector de la
Iglesia- sean perdonados unos y otros, en un perverso jubileo de la sangre. El
inconveniente que tienen estos reformadores de las leyes, es que –para la
comunidad internacional- los crímenes perpetrados desde el Estado son
considerados de lesa humanidad y no prescriben; es como si se estuvieran
cometiendo en este mismo momento.
La Argentina
adhirió a nivel constitucional a los tratados sobre tortura y crímenes de lesa
humanidad y por lo tanto, salvo que distorsione el espíritu y la letra de la
Carta Magna y desconozca los compromisos universales a que estamos obligados
tiene que cumplir la ley.
En verdad,
cuando se produce el golpe, el poder de la guerrilla se hallaba más que mellado.
El guevarista Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) estaba al borde de la
extinción y la izquierda peronista de Montoneros sobrevivía en acciones
aisladas, a veces espectaculares o de cierta magnitud, pero totalmente
incapaces de alterar el esquema de poder vigente. En cuanto a Isabel, si los
militares hubieran esperado nueve meses, los rivales políticos de la Viuda, la
hubieran sacado electoralmente de la
Rosada.
¿Para qué,
entonces, emitir directivas secretas que
previeron todos los pasos del horror y cumplirlas a rajatabla: la desaparición forzada de personas; la
tortura sin límite en el tiempo; las ejecuciones clandestinas; las violaciones
de prisioneras; la reducción a esclavitud de prisioneros desarmados, el robo de
sus recién nacidos a las parturientas cautivas; la entrega de esos bebés a
represores y, en varios casos, a los propios asesinos de sus padres. Todo esto
con la complicidad y la bendición de curas y obispos ultramontanos, que
equiparaban en ferocidad a sus antecesores falangistas, aquellos que entregaban
los hijos de los republicanos a gélidas monjas medievales.
Como tantas
teorías inventadas por el poder, lo trascendente de la que llamamos “de los dos demonios”, no es lo
que se muestra, sino lo que oculta.
La masacre escondida
No por
casualidad, la mayor masacre de la historia argentina yace olvidada y oculta,
abrumada por el peso de la historia oficial.
Es así: el 16 de
junio de 1955, Buenos Aires se convirtió en ciudad abierta, sujeta –durante
largas horas- a bombardeos y ametrallamientos por parte de aviones de la Marina
de Guerra y la Fuerza Aérea, que no vacilaron en asesinar masivamente a sus
compatriotas civiles. Una atrocidad sin precedentes, agravada por la
circunstancia de que Argentina no se encontraba en una situación de guerra
civil o convencional, sino bajo el imperio de un gobierno polémico y resistido
por la oposición, pero democráticamente elegido y absolutamente constitucional.
En su torpe y
criminal intento de matar a Perón a bombazos provocaron unos trescientos
muertos y más de dos mil heridos. Los culpables no fueron fusilados, ni
siquiera castigados severamente. Nada similar ocurrió nunca en ninguna otra
capital de América Latina.
Fue si se quiere
más grave aún que el bombardo nazi a Guernica, porque los civiles que discurrían
al mediodía por la Plaza mayor de la Argentina ignoraban que esos aviones, conducidos
por compatriotas y teóricamente ocupados en rendir homenaje al Libertador
General San Martín se aprestaban a soltar toneladas de bombas sobre sus
cabezas.
Menos aún se sabía
(y se tardaría muchos años en saberlo) que el gobierno estadounidense del
general Dwight Eisenhower y el inglés de Winston Churchill- en abierta
intervención criminal- habían suministrado las espoletas de las bombas que se
arrojaron sobre la histórica Plaza.
Los
hombres de Washington
Un personaje muy
oscuro, pero influyente en las bambalinas del putsch del 55, había sido el
teniente de navío Emilio Eduardo Massera, ayudante del ministro de Marina
Aníbal Olivieri, verdadero jefe en las sombras del bombardeo. Massera, que ya
era un oficial de inteligencia cuando se planeó la más cruenta operación
terrorista de la historia argentina, ascendería poco después a Segundo Jefe del
Servicio de Informaciones Navales en los 60 y redondería su formación como
torturador y espía en la famosa Escuela de las Américas y en el Interamerican
Defence College de Washington. No era el único: sus dos compañeros en la Junta
Militar que condujo el golpe del 24 de marzo de 1976, eran también soldados
“occidentales y cristianos” formados por el Comando Sur de los Estados Unidos y
dirigidos por la Junta Interamericana de Defensa.
El jefe de la
Junta, el teniente general Jorge Rafael Videla, también había pasado por
Washington como agregado militar entre 1956 y 1958, años caldeados de la Guerra
Fría. Allí, el entonces Mayor Videla, había hecho excelentes relaciones con la
inteligencia militar nortemericana, que le servirían mucho veinte años desués,
al llegar alpoder absoluto.
Massera, Videla y Agosti: los tres fueron instruídos en EEUU. |
Para no ser
menos, el tercer integrante de la Junta, el brigadier de la Fuerza Aérea Ramón
Agosti, también había caminado a fondo la capital de Estados Unidos: en el 62
como enviado ante la Junta Interamericana de Defensa y diez años después como
“agregado aeronáutico” en la embajada argentina en Washington. Eran la punta de
un iceberg integrado por más de dos mil oficiales y suboficiales argentinos que
fueron convenientemnte “educados” en la Escuela de las Américas.
Pero si ya es
significativo que los tres membros de la primera junta militar hubieran
cumplido misiones en Estados Unidos, la supuesta “coincidencia” se transforma
en doctrina, cuando el poder miliutar subordinado al Pentágono se une al poder
económico subordinado a Wall Street.
José Alfredo
Martínez de Hoz, alias Joe, condiscípulo y amigo personal de David Rockefeller
en las aulas de Harvard y en la sala de juntas del Rockefeller Center de Nueva
York, sería el ministro de Economía del Estado Clandestino inaugurado el 24 de
marzo. Terrateniente, socio de los suizos de Motor Columbus y de los gringos de
la United Steel, Joe fue mucho más que un
simple funcionario autoritario y corrupto: el auor de un cambio de paradigma
gigantesco en la vida económica y social de la Argentina, que significó pasar
de la industrialización por sustitución de importaciones, a lo que se llamó el
régimen de valorización financiera. Es decir la economía como especulación
financiera y traslado feroz de ingresos hacia los sectores más concentrados. El
Estado de Bienestar, generado por el primer peronismo en la posguerra del 45,
derruido para dar paso a lo que se iría viendo a poco andar: grandes bolsones
de miseria, achicamiento del mercado interno, proliferación de importaciones
inútiles o suntuarias, porcentajes crecientes de desocupación.
A Estados Unidos
le convenía achicar a la Argentina y lo hizo con la complicidad de muchos de
esos burgueses que en las fiestas patrias, le ponen la banderita al auto de
alta gama.
Pero, además,
hubo una autorización expresa para eliminar a los argentinos que, con errores o
sin ellos, se oponían al proyecto neocolonial.
A ella se ha referido de manera
tangencial y muy liviana Barack Obama, en la caricatura de autocrítica que
formuló ante el sonriente Macri, cuando prometió que Estados Unidos
desclasificará documentos sobre la dictadura y los hará conocer a la brevedad, olvidando
que ya Wikileaks y su perseguido mentor Julian Assange han destapado cientos.
Más allá de la ignorancia
creciente que ha prohijado el sistema, hasta los más bisoños estudiantes de
periodismo recuerdan que en una entrevista secreta, en el otoño austral de
1976, el Secretario de Estado Henry Kissinger, le dijo al canciller argentino,
contralmirante César Guzetti: “clean up the problem”. O sea: limpien a los
guerrilleros pero háganlo rápido y con discreción para que no vengan a
molestarnos a nosotros con el tema de los derechos humanos.
No es necesario que Washinton
desclasifique mucho; está todo sobre la mesa. Sobra con ver el papel que
cumplirían los servicios de inteligencia argentinos, en complicidad con la CIA,
durante la guerra sucia de los contras que Washinton instrumentó ilegalmente
contra el gobierno sandinista de Nicaragua. Una alianza que se prolongó incluso
más allá de la “desilusión” de Malvinas, cuando Estados Unidos –como era harto
previsible- apoyó a Gran Bretaña en contra del “majestuoso” general Leopoldo
Fortunato Galtieri.
Con revisar las cifras de la
ayuda militar a Buenos Aires basta y sobra. El resto forma parte de la
hipocresía diplomática, de lo que la totalidad de los organismos humanitarios
de Argentina consideraron como una provocación de Obama. Algo así como la presencia
del mafioso Barzini en el entierro del Padrino Vito Corleone.
En Twitter:
@bonassomiguel
Publicado en la edición 2057 de la Revista Proceso (México).http://www.proceso.com.mx/435740/a-40-anos-del-genocidio-argentino-la-provocacion-obama