Si “Recuerdo de la muerte” es una
novela basada en hechos reales, “Lo que no dije” es un libro de relatos no
menos reales, aunque a menudo parezcan ficciones.
Los traficantes de niños que mueren la
víspera de ser juzgados; los nietos recuperados que eligen quedarse con sus
apropiadores; los pistoleros de Tacuara devenidos empresarios K; los
financistas del proyecto genocida de Centroamérica convertidos en protagonistas
de YPF y Vaca Muerta; los hijos de desaparecidos que están felices de comerse
un choripán donde sus madres y padres fueron martirizados hasta morir; la Madre
que se abraza con el General genocida; los marinos que se hicieron ricos con el
botín de guerra y fingieron morir para no ser perseguidos por la justicia; las peleas a tiros entre los espías; la
inevitable yunta de agentes y proxenetas; el ojo del Papa Francisco llegando
hasta los lugares más repugnantes para marcar a fuego a la clase política; los
héroes desconocidos y olvidados; los represores que se preparan, se disfrazan,
se infiltran y se exhiben; los cuerpos policiales secretos creados durante la
dictadura de Onganía, que continúan absolutamente vigentes, infiltrándose en
los tejidos sociales.
No, ciertamente no es lo mismo la
dictadura que la democracia, pero la democracia –tal como se ejerce
actualmente- mantiene un ancho cono de sombra, que es el que necesita el Poder
para moverse a sus anchas.
Aquella ESMA de “Recuerdo de la muerte”, donde ahora se “resignifican” inverosímiles asados, es una metáfora de la Argentina entera. Es tan argentina como el tango y el dulce de leche.
Como decía Baudelaire: “hipócrita
lector, mi semejante, mi hermano”, si estás a gusto en esta tierra sin ley,
cada vez más cruel e indiferente, no abras este libro. Si no te gusta, abrílo
de inmediato.